El crucero vital

pareja-300x198

Estoy pasando por uno de mis momentos «bajos»… Sí…, no me avergüenza reconocerlo, ni siquiera en público… Pero si ya me has leído en alguna ocasión, yo no suelo escribir para contar mi vida y emociones de forma gratuita. Siempre intento extraer algún aprendizaje de ello y con este humilde blog, intento compartir esos aprendizajes con todos los que me leéis.

Mi último pensamiento, inspirado por mi estado de ánimo no muy alto (jejeje!), está relacionado con los retos, los objetivos, las metas que todos nos ponemos en nuestras vidas. Pueden ser retos a corto, medio o largo plazo…; de mayor o menor complejidad…; más o menos importantes…; etc. Y concretamente he estado analizando el efecto, muchas veces demoledor, de no conseguir nuestros objetivos. No soy un experto en psicología, pero yo creo que son la fuente esencial de los problemas psicológicos habituales. La frustración se adivina como el principal resultado negativo de la existencia e auto-imposición de dichos objetivos.

A primera vista, parece lógico que ponernos retos constantemente sea una forma normal de vivir… Lo contrario parece una forma de vida demasiado pasiva, donde simplemente nos dejamos llevar por la sociedad y nuestros instintos más esenciales… En esa situación, somos lo más parecido a corderitos en un rebaño, no verdaderos Seres Humanos…

En un análisis posterior, sobretodo cuando sentimos la frustración por los retos no alcanzados, empezamos a contemplar la posibilidad de que los retos vitales pueden que no sean ni tan buenos ni tan necesarios. Hagamos pues un análisis un poco más exhaustivo.

Si no me equivoco, en psicología está mayoritariamente aceptado que lo importante en la vida no son los objetivos que nos propongamos, sino el camino que vamos a caminar para intentar conseguirlos. Y la palabra clave en la afirmación anterior, parece ser «intentar». Es decir, parece muy interesante y necesario plantearse rumbos en nuestras vidas (nuestros objetivos) pero, una vez decididos no debemos prestarles demasiada atención, para poder disfrutar de la «travesía» de nuestra vida mientras ésta va llegando a su último y definitivo destino: La muerte…

En términos extremistas, todos podríamos afirmar que el objetivo esencial de nuestras vidas es la muerte…, puesto que es siempre lo último que todos vamos a hacer, morir… Pero la muerte no puede ser considerada como un objetivo en si mismo, al menos por nosotros mismos, ya que ninguno deseamos la muerte. Pero sí es un objetivo del «ciclo vital» de cualquier ser vivo, por supuesto. Y este hecho nos sirve para comprobar que, finalmente, no conviene preocuparse en exceso de los destinos fijados, ya sea por nosotros mismos o cualquier «agente externo» (en el caso de la muerte, por nuestra propia naturaleza).

Se adivina un tema complejo porque, por un lado, parece importante tener claro nuestro rumbo en todo momento. Pero por otro lado, parece estúpido obsesionarse con ese destino y olvidarse de los acontecimientos vitales que nos van sucediendo en ese viaje.

Ponerse un objetivo en la vida no es más que planificarla en el futuro e intentar que esa planificación se realice… Y entonces aparece el factor temporal… Al final, el factor tiempo es el gran problema en nuestras vidas, claro, no podía ser de otra forma… Y es que, pese a los constantes ataques que sufre la «planificación vital», planear nuestras vidas en el corto, medio y largo plazo no sólo no es interesante, sino muy recomendable por las razones expuestas anteriormente (para no sentirnos burdos animales de rebaño, vamos!). Pero al mismo tiempo, una vez establecidos esos objetivos, debemos «olvidarnos» de ellos y disfrutar de lo que nos va sucediendo de una forma positiva y no alarmarse cuando, comprobamos que nuestras «marcas» no se han conseguido…

Es un poco contradictorio el decir que es importante ponerse objetivos y, a la vez, decir que debemos olvidarnos de ellos, una vez decididos. Y más confuso es cuando decimos que no debemos frustrarnos al comprobar que nos hemos alejado de nuestros objetivos, ya que la frustración actúa como un mecanismo corrector de nuestro rumbo con el fin de conseguir el objetivo marcado, claro.

Para aclarar todas estas supuestas contradicciones y ambigüedades, yo suelo poner un ejemplo/analogía bastante simple: Un crucero. En un crucero lo importante no es el destino final (que suele ser el mismo puerto de partida!), sino el viaje en si mismo. Pero está claro que es importante que alguien, el capitán, en este caso, se haga responsable de pilotar el barco, claro. Nosotros somos como ese crucero y el capitán de ese barco especial es un «proceso mental» que siempre debe estar activo (para evitar «icebergs», por ejemplo) pero que no debe ser tan absorbente como para no dejarnos disfrutar de nuestro especial «crucero vital»…

Al final, en este asunto, la teoría del punto intermedio parece que se aplica casi matemáticamente, puesto que tan malo es «navegar sin rumbo», como obsesionarse por mantener un «rumbo fijo» concreto… Esa obsesión es mala por dos razones básicas:

  1. No podemos disfrutar de nuestro presente, de nuestra vida real (Carpediem).
  2. No podemos modificar nuestros objetivos en función de nuestra evolución personal.

Los dos puntos anteriores son esenciales y están íntimamente ligados puesto que, al «sentir nuestra vida» más intensamente, nos conocemos mejor, y así podemos adaptar dinámicamente nuestros objetivos y hacerlos más reales y adecuados a nosotros mismos… Ese punto, el de la modificación de nuestros retos, es muy importante y también el más complicado porque implica un aporte extra de energía: Ese «capitán que gobierna nuestro barco» debe ser más eficiente claro, lo que implica que acapara más nuestra atención y podemos caer de nuevo en la tan temida obsesión…

Por otro lado, si cedemos a la frustración, caemos en momentos de desgana, en los que creemos que nos hemos liberado pero no es así. Lo único que hemos hecho es rebajar nuestros objetivos. En esos momentos posteriores a la frustración, cuando estamos deprimidos, no es que estemos libres de objetivos, sino que nos conformamos con unos objetivos muy esenciales. En casos extremos, esos objetivos se basan en necesidades básicas que, «sobre-explotamos» para intentar salir de nuestra frustración y estado depresivo… Es cuando nos obsesionamos por el trabajo, la comida, el sexo, etc… Pero trabajar mucho, comer mucho o tener mucho sexo, sólo sirve para salir instantáneamente de nuestra depresión y volver inmediatamente a nuestro estado depresivo, aún más profundo por haber «caído en la trampa» de rebajar tanto nuestros objetivos… Y eso puede derivar en un círculo vicioso que puede provocar estados depresivos realmente graves, que necesiten tratamiento profesional posterior…

Por lo tanto, ante la frustración hay que actuar decididamente con nuestra «reserva energética» para estos casos… Hay que aprovechar la frustración para priorizar un tiempo de reflexión y meditación para analizar que «ha fallado» y hacer las correcciones necesarias sin alarmarse en exceso e intentando ver el lado positivo en todo momento. Pero en ningún caso hay cambiar radicalmente de objetivos, minimizándolos extraordinariamente… Nunca es bueno ir dando «bandazos en la carretera»…

Como vemos, este tema es muy complejo y parece estar en un eterno desequilibrio… Será por esa razón que, hasta la gente más sabia y emocionalmente estable, pasa por momentos bajos e incluso muy bajos en sus vidas…

Al final, todo parece cuestión de establecer «rumbos temporales», estar atento a los «icebergs» y finalmente, de forma regular o «activada por nuestra frustración», debemos darnos unos tiempos de reflexión personal, en los que decidir cómo modificaremos nuestro «rumbo vital»…

No parece demasiado complicado al fin y al cabo, no? 🙂 Pues nada, a ver si me lo voy creyendo y empiezo por ordenar mi habitación que está hecha unos zorros!, jajaja! 😉 Después ya pensaré en un «rumbo» más ambicioso que ese… 😉